domingo, 9 de enero de 2011

La Crisis: una obra de arte


La actual crisis económica ha destruido muchas cosas, pero la primera de ellas es un refrán que hasta ahora estaba en vigor: "el que rompe, paga". A partir de ahora, a los codiciosos canallas banqueros que han originado el desastre, se les aplicará un refrán light que dice "ustedes se lo han llevado crudo, pero ni se molesten en devolverlo, para eso están los gobiernos".
O bien: Ustedes, que son pocos, han robado toda la pasta y, aunque no la necesitan, se la quedan. Para que el modelo capitalista siga funcionando, nosotros, que somos muchos y pobres, repondremos el botín. Nos llevará un tiempo juntar de nuevo toda la plata y además sufriremos las consecuencias de la recesión, pero lo importante es que ustedes no se molesten y acepten esperar ese tiempito antes de volver a robarnos.
La explicación que los gobiernos dan a los ciudadanos es tan abrupta y farragosa como el parche moral con que cada político explica su repentina ceguera.
Es curioso en lo que ha derivado el papel del político: actualmente lo elige el pueblo para que sirva al poderoso -¿o era así desde el principio?-
Véase un ejemplo de discurso político comprometido: "Las grandes crisis exigen grandes decisiones; tomar grades decisiones es estar a la altura de los tiempos de crisis". Cuando lo escuché creí que todos los gobiernos occidentales iban a nacionalizar la banca y a pedir responsabilidades a los dirigentes y altos ejecutivos causantes del desfalco. Pero no, se trataba justamente de lo contrario, de volcar millones en el agujero producido por los bancos y a la vez castigar al ciudadano imponiendo nuevos impuestos, nuevos sacrificios sociales.
La jugada es un obra de arte, de las llamadas de ingeniería financiera, además de un crimen contra la decencia y la solidaridad, aunque esto pertenece a la moral... y el arte, en sí mismo, no tiene moral. (La moral es patrimonio del artista, quien en este caso la hipotecó con toda certeza).
El resultado de esta histórica performance es que los chorizos se van de rositas y además aseguran con nuestro dinero sus futuros incentivos anuales, sus sueldazos a escala 2000:1 y sus interplanetarias jubilaciones. Ellos son los actuales héroes de la mitología griega, nosotros seguimos siendo los mortales, los parias, los gilipollas.
Somos los responsables de haber modificado el refrán, perdiendo en el cambio parte de nuestra dignidad.

sábado, 8 de enero de 2011

Los siete reyes magos


Hoy he vuelto a sentir cómo el tiempo pasa a mi lado de manera indiferente y apenas me roza el lomo, mamona -me dice-, cabeza de cabra, terca, inútil, antisocial, malparida.
Los reyes Magos ya vienen, ya vienen, ya vienen, montando a tres famélicos camellos, el seis de enero, a quién se le ocurriría semejante día del calendario para siete reyes, o diez mil, reducidos sólo a tres por el capricho de algún fildeputa designio colectivo.
Una consecuencia más del irredento miedo tribal a la muerte, pasado por el tamiz vergonzante del intermediario cabrón que traduce, para el ignorante, el mandato de los dioses. Digamos que fueron tres los reyes magos, vale, pues tres, Melchor, Gaspar y Baltasar, machotes los tres, pongamos que uno negro, bajo una estrella inventada, sobre un recinto inventado, con un Jesús inventado, y una virgen inventada, y una biblia inventada, y un dios inventado, bajo un totum inventado desde el más alucinado subproducto colectivo, que acaba convertido en multinacional sedente vaticana, con calidad de Estado por gentileza de Mussolini; con facultad de oyente en Naciones Unidas y con la desfachatez universal de hacer oídos sordos a la declaración de los Derechos Humanos de 1948.
Qué bonito, qué bonito, qué bonito.
Cuánto disfrutan los niños con esta cosa chocha  y misógina de los reyes magos, a la que papá y mamá prestan su imagen y semejanza y aportan lucecitas, misterio y engaño, poniendo fronteras entre lo que será cierto como la luz del día y lo que será misterio como la luz de la noche.
Con el tiempo, los melchores y gaspares y baltasares devienen burda tomadura de pelo, frente a la arrogante verdad de las virgencitas marías, los sanjoseses, los niños jesuses, y el dios trino, más el amor que les es debido so pena de fuego eterno.
En el mismo flato mental se establece por designio infalible la existencia de Dios junto a la inexistencia del rey Melchor o del Ratoncito Pérez. Dios es dios, en tanto Melchor y el Ratoncito son los padres. Sería lo mismo al revés, pues todo es parte del mismo atropello, ¿pero quién se lo explica a los padres?
Qué espanto, qué espanto, qué espanto.
Hijoputa el que predica y cagón el político que consiente. Y tontos, muy tontos, esa caterva de sumisos a los que basta con un sueldo al mes y un único libro apócrifo, evangelio recitado militarmente durante la infancia de leche.
¡Qué sociedad tan boba!
Y yo en el medio. Esperando todavía hoy la llegada de mis semejantes, los ateos.